Bienvenidos al blog de Manuel Vázquez Muñoz


Bienvenidos a mi cuaderno de bitácora, donde podréis conocerme un poco mejor y poco a poco parte de mi obra…

En mis fotografías trato de poner de manifiesto la complicidad entre el fotógrafo y el motivo fotografiado, donde no sólo basta con apretar el disparador.

Trato de “ver lo invisible”, o mejor dicho, lo casi inadvertido; es decir, ver “con otros ojos”: personas, momentos o detalles siempre agradables, motivos para celebrar…

Cada imagen forma parte de mí y, por eso, aún estoy escribiendo mi biografía…

Manuel

viernes, 9 de marzo de 2012

Sobre Gervasio Sánchez

Del blog de  Alfonso Armada (http://www.fronterad.com/?q=node%2F4976

Buen artículo describiéndonos sus vivencias y el trabajo en compañía de Gervasio Sánchez...



Los ojos del otro son como los nuestros



Él lo recuerda mejor que yo y no solo porque aquel día, como todos los 29 de agosto desde hace 52 años, fuera su cumpleaños, sino porque una de las grandes cualidades de Gervasio Sánchez es su prodigiosa memoria. Pero aquel 29 de agosto de 1992 nos conocimos en Sarajevo (¿dentro de poco hará veinte años?), cercado por los radicales serbios, y no solo trabamos una amistad que ha perdurado, sino que casi de modo natural, y no solo porque yo no supiera conducir (todavía no me he sacado el carné), empezamos a trabajar juntos. Para mí era el primer contacto con la muerte y con la guerra. Él ya la había sentido cerca en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, y mucho más cerca en Croacia. Hubo otros dos viajes a Sarajevo, además de muchos otras por carreteras desgarradas de Bosnia-Herzegovina a los que yo no he podido o no he sabido volver, pese a que los recuerdos han dejado huellas que no quiero ni puedo borrar: Tuzla, Zenica, Mostar, Jablanica, Vitez… (donde nos robaron el coche a punta de fusil, donde conocimos al mismo Gilles Peress que luego haría una cobertura tan extraordinaria como controvertida del genocidio ruandés). Recuerdo la redacción de Oslobodenje, el diario de la capital bosnia (“porque un periódico es tan importante como el pan”); a Edo, elguardián de las cenizas, a quien encontramos jugando en las ruinas de la biblioteca nacional de Sarajevo; a Gabriela, en cuya casa no lejos del río Miljacka y del frente pernoctamos varias veces, y que había padecido las dos guerras mundiales, pero ninguna tan atroz como la guerra civil; la entrevista con Susan Sontag (con quien compartíamos mesa en el hotel Holiday Inn), que había ido a la ciudad sitiada a dirigir Esperando a Godot; o los actores del Teatro de Guerra de Sarajevo, que habían decidido que era más importante para mantener el espíritu de la ciudad seguir haciendo teatro que combatir en el frente…


Pero iba a hablar de Gervasio Sánchez y me he puesto a hablar… de mí, de Bosnia, de aquel Sarajevo al que (a diferencia de Gerva), no he sabido volver. Ayer por la mañana, antes de la inauguración oficial de su Antología en la antigua Tabacalera (calle de Embajadores, número 53, donde los barrios madrileños de Lavapiés y Embajadores se dan la mano), nos recibió a la puerta de un edificio que podría servir para rodar una película sobre la guerra civil… bosnia, o española. Hacía un frío de mil demonios en los corredores umbríos, desconchados, como en muchas casas y en las calles de Sarajevo en el invierno de la guerra. La entrada está coronada por una claraboya sucia, como de fábrica abandonada, por la que se filtra una luz que no caldea ni ilumina. En una gran pantalla se proyectaban algunas de las imágenes que luego, en la red de corredores como de un hospital de una ciudad en guerra, o de un refugio antiáereo, nos íbamos a encontrar. A ambos lados, colgando de cinco arcos de medio punto, las cinco ramas en las que Gervasio Sánchez se ha dejado impregnar por el dolor. No ha salido indemne, aunque sí ileso: América Latina (1984-1992), Balcanes (1991-1999), África (1994-2004), Vidas minadas (1995-2007) y Desaparecidos (1998-2010). Y de atmósfera sonora una grabación que no había vuelto a oír. Gervasio le pidió al técnico que subiera el volumen. “¿Recuerdas?”, me pregunta. “Diciembre de 1992”. Aquella noche fue de mucha lumbre. Tiraban contra el hotel, que retumbaba como una gran catedral de hierro y cemento. Fuimos sigilosamente hacia la fachada que daba al Miljacka y a la Avenida de los Francotiradores, bien batida desde las colinas por los serbios. Abrimos la puerta de una de las habitaciones. La pared había volado. Pisando cristales, escuchamos el estropicio de la artillería serbia y la respuesta de este lado, de las ametralladoras y fusiles. No había vuelto a oír aquella cinta que Gervasio había grabado aquella noche de miedo en la ciudad sitiada.


A partir del año del genocidio ruandés de 1994 recorrimos juntos muchos caminos africanos: desde Goma en el verano de aquel año, cuando tras el fin de la guerra civil en Ruanda un millón de hutus cruzó a Congo-Kinshasa y una epidemia de cólera se convirtió en una máquina de matar. Estuvimos soñando con cadáveres durante muchos días y semanas. Volveríamos a la República Democrática de Congo, uno de los lugares más ricos, injustos y desgraciados de la tierra, a causa de otra epidemia, esta vez del temible virus ébola, que se declaró en Kikwit. Recorrimos Burundi, Somalia, Sudán, Liberia… Lo cuenta con mucho tino en las páginas del sobrecogedor catálogo que acompaña esta exposición que tiene la virtud de no dejar indiferente, de doler, de ayudar (como quería Simone Weil) a ponerse en el lugar del otro: uno de los empeños más constantes de Gervasio Sánchez desde que empezó a usar el dinero que cada verano conseguía ahorrar sirviendo paellas en la costa catalana para ir a cubrir guerras en Centroamérica.


Ahora que el periodismo se degrada a marchas forzadas, y que algunos medios parecen empeñados en aniquilar el sentido de lo que hacen, de lo que les dio prestigio y sobre todo razón de ser, Gervasio abre las puertas de su Antología para que no dejemos de recordar, y yo, mientras regreso en metro al periódico, y hago esfuerzos por contener la rabia, la pena, la emoción viendo algunas de las fotografías que le vi tomar en Liberia, en Congo, en Sarajevo… me pregunto qué estoy haciendo aquí, qué estamos haciendo. Gervasio vuelve a Afganistán dentro de algunos días. No es el único fotoperiodista, el único reportero, que resiste la estafa de esta época, de este tiempo en el que hace tanta falta el periodismo, como recuerda la película Page One, que habla del New York Times, del respeto que debemos a los lectores y a nosotros mismos, a la sociedad a la que servimos y al mundo que se derrumba ante nuestros ojos perplejos, cobardes, estúpidos.


Gervasio Sánchez dedica esta exposición a compañeros muertos en algunas de las guerras y conflictos que el propio reportero ha cubierto: “A Juantxu Rodríguez (muerto en Panamá en 1989), Jordi Pujol (muerto en Sarajevo en 1992), Luis Valtueña (muerto en Ruanda en 1997), Miguel Gil (muerto en Sierra Leona en 2000), Julio Fuentes (muerto en Afganistán en 2001), José Couso y Julio Anguita Parrado (muertos en Irak en 2003) y Ricardo Ortega (muerto en Haití en 2004). Todos ellos murieron o fueron asesinados mientras ejercían el periodismo con mayúsculas en la delgada línea que separa la vida de la muerte. Todos ellos embellecieron, fortalecieron y dignificaron este oficio tantas veces pisoteado por hombres y mujeres sin escrúpulos que, desde sus puestos directivos, se dedican a defender a cualquier precio los intereses enmascarados de sus empresas”. Gracias, Gerva.


(Gervasio Sánchez ante sus propias fotografías proyectadas en una gran pantalla en la antesala de Antología: Adis Smajic, con la cara desfigurada por la explosión de una mina en Sarajevo; niños corriendo entre las tumbas del cementerio de la capital bosnia; víctimas camboyanas de las minas; el camboyano Sokheurm Man, víctima de una mina antipersona en Siem Reap, y desaparecidos en América Latina).




Pero, por si aún no hubierais tenido suficiente, aquí os dejo otro artículo sobre el mismo fotógrafo, pero visto desde otra perspectiva... Del blog "El ojo de la cerradura (http://noemilopeztrujillo.wordpress.com/2012/03/07/exposicion-gervasio-sanchez-la-tabacalera/)


La belleza en la guerra

El psicoanalista Jacques Lacan defendía que la belleza hace soportable lo real, y permite decir lo que de otra forma no podría decirse. Los japoneses definen este límite como el «Má», un hilo muy fino que Gervasio Sánchez consigue cruzar como si de un trapecista se tratara, fotografiando de forma hermosa los rostros y cuerpos de desconocidos.
Un soldado salvadoreño dialoga con su novia. Por Gervasio Sánchez
El objetivo de su cámara es una extensión de sus ojos. Sin él, Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) tendría una miopía social que provocaría que, como «el común de los mortales», desenfocase las imágenes. Su cámara corrige las dioptrías que distorsionan una realidad, la de la guerra. «Prefiere vivir instalado en la angustia a la gangrena de una paz que le pudre», escribe sobre él el fotohistoriador Publio López Mondéjar.
Bombas y disparos reciben a los visitantes que acuden a ver sus obras en la Tabacalera. Se trata de una grabación real de cañonazos realizada en los Balcanes, combinada con una proyección de imágenes del reportero gráfico. La antigua fábrica de tabaco acoge la retrospectiva «Antología», un viaje por los 25 años de fotoperiodismo de Gervasio Sánchez. Un total de 148 fotografías y 96 retratos tomadas en conflictos armados de América, África, Asia y Europa.
«El fotoperiodismo es el pariente pobre de la fotografía, pero es muy importante para la sociedad», afirma el cordobés. « Sólo pretendo contar, documentar un drama. Recordarle al mundo que las guerras aún existen porque son un negocio», explica el periodista. «No trato de emocionar, no trato de hacer arte ni de que mis fotografías trasciendan a un museo, pero si lo hacen, genial».
La esfera de La Tabacalera es fría, lúgubre, incómoda. Tan incómoda como algunas de las imágenes del recorrido. «No es una exposición fácil de ver», afirma el fotógrafo, «y eso va en consonancia con el lugar», añade Gumersindo Lafuente, adjunto al director de El País.
Dónde está el límite entre mostrar el horror y regodearse en el horror, se preguntarán algunos. A lo que Bernardo Pérez, fotógrafo y amigo de Gervasio, responde: «El límite está aquí. Gerva lo bordea con elegancia». Ramón Lobo, corresponsal de guerra y periodista de El País, subraya esa idea: «Gervasio pega un puñetazo encima de la mesa. Estas fotos dan al ‘play’ y te hacen pensar. Es una guerra, y en la guerra hay muertos, y los muertos hay que verlos».
Esta premisa también la defienden los padres que llevaron a sus hijos pequeños a la inauguración de la muestra. «Es necesario que vean lo que hay. Pasan miedo, pero aprenden porque te preguntan qué es un bombardeo o por qué se matan», explica una madre. Una niña escondida bajo el abrigo largo de su padre le dice: «Papá, tengo miedo, vámonos a casa», mientras en el extremo opuesto de la sala una pequeña salta de fotografía en fotografía sin apenas pestañear. «No se asombra o asusta ante estas imágenes. Quizá sea porque aún no tiene noción del dolor», explica su madre.

«En la guerra hay vida»

Niños deslizándose por una helada. Por Gervasio Sánchez
La fotografía de Gervasio Sánchez actúa comoun cebo para atraer al público hacia un trasfondo de horror. Una realidad cruda como la carne que, como indica Antonio Muñoz Molina en el prólogo del catálogo de la exposición, «no se puede mirar y, al mismo tiempo, no se puede apartar la vista». Pero,¿hay belleza en la guerra? «Sí, por supuesto», contesta el fotoperiodista. «La belleza está en la vida, y en la guerra también hay vida. Y la vida es bella».
Ramón Lobo secunda esta idea. «No me hace falta describir la belleza de la guerra, que la hay, la puedes ver en estas fotos. En la de los dos niños abrazados caminando por una calle de Kosovo o en la de unos amigos deslizándose por una calle helada en Sarajevo». Frente a esta última foto, un pequeño grupo de personas sonríe. Enfrente, otro grupo observa una imagen en la que unos civiles miran los cadáveres de unos guerrilleros. Muecas y miradas que se apartan. El contraste de la vida y la muerte que el fotógrafo intercala en las paredes de La Tabacalera: niños que observan una parada militar, un soldado que dialoga con su novia, niños que inhalan pegamento, miembros amputados o niños con pistolas de juguete.
En definitiva, es, una vez más, el trabajo de Gervasio Sánchez.  Una «Antología» que actúa como unapanorámica contextual que documenta cada parte de un todo, que es el conflicto bélico. Un modo de luchar contra las guerras y recordar que existieron.
Un hombre lanza el cuerpo de un niño víctima del cólera al fondo de una fosa común en Goma (República Democrática del Congo). Por Gervasio Sánchez

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